miércoles, 13 de marzo de 2013

La bruja que atraparon en Xaltocan.


La bruja que agarraron en Xaltocan

Cuentan los nativos del barrio de La Asunción que un mes de junio se celebraba la fiesta del pueblo de San Pablo Oztotepec; en esa época no existían carreteras como en la actualidad, sino que habían brechas de herradura para poder salir del pueblo de Xochimilco: la salida hacia el sur era solamente por el rumbo de la presa y San Lorenzo Atemoaya, donde todavía existen dos árboles de esa época que se yerguen a la orilla de lo que queda del río que sale de la presa de San Lucas y que va directamente a la laguna de Xaltocan. Decía la señora Felipa Sánchez Aguilar, finada del barrio de La Asunción, que ella y su familia se dirigían a la festividad de San Pablo, y que era de madrugada cuando caminaban por esa brecha que daba miedo por la oscuridad y por los árboles tan enormes que existían, cuando de repente escucharon el llanto lastimero de una mujer; pero como sabían que por esos lugares espantaban las ánimas de los que habían muerto en la Revolución, ellos siguieron su camino sin hacer caso al llanto; pero los sollozos sonaban tan dolorosamente, que todos decidieron buscar entre la maleza para ver dónde estaba esa mujer llorando, pero no la encontraron.
Ya estaba amaneciendo cuando se dieron cuenta que el llanto provenía de lo alto de los árboles, donde por fin vieron que estaba trepada una mujer, quien les pidió que por caridad la bajaran de ahí.
Los hombres se subieron para bajar a la mujer, pero cual fue su sorpresa al ver que, al ponerla en el piso, ella no tenía pantorrillas ni pies; la mujer apretaba entre sus manos una ollita llena de sangre, y también tenía un brasero junto con una escoba hecha de varas de jarilla. La mujer se arrastraba por el piso, y les pedía que la llevaran a su casa, pero los presentes vieron que esa mujer se dedicaba a cosas de brujería, por eso no tenía pies y llevaba sangre en una olla. Asustados, decidieron llevarla a la presidencia municipal, que en ese entonces era presidida por el Prefecto Migonia, y le presentaron a la mujer.
Para ese entonces, el pueblo entero ya se había enterado de que habían agarrado a una bruja. El Prefecto le preguntó a la bruja qué hacía por esos rumbos, y ella le contestó que se dedicaba a chupar la sangre a los bebés recién nacidos y que ella venía de un pueblo de Morelos. El amanecer le había ganado, por eso el poder de volar se le había terminado y se había quedado varada en lo alto de los árboles. Le suplicó al Prefecto que fueran por sus piernas que estaban en la cocina de su casa; los hombres del pueblo fueron hasta la casa de la bruja, tocaron a la puerta y salió un señor que dijo ser su esposo y le dijeron que su señora estaba detenida en la cárcel de Xochimilco, que les diera permiso de pasar a su cocina porque en el Tlecuil* estaban las piernas de su esposa. El señor se quedó asombrado. Juntos se dirigieron hacia la cocina donde estaban las piernas en forma de cruz entre las cenizas del Tlecuil; la bruja les había dicho que por favor no les quitaran la ceniza que tenían los muñones de sus piernas y con cuidado las envolvieran con una manta para traerlas a Xochimilco.
Acompañados del esposo llegaron ante el Prefecto, y con asombro se dieron cuenta que la bruja retiró la ceniza que tenían los muñones de sus piernas, y después, ante los asombrados ojos de todos los presentes, unió los muñones a sus muslos.
El Prefecto le preguntó al esposo que si no sabía lo que hacía su esposa, y él contestó que ignoraba todo lo que le decían de su esposa, lo único que él sabía es que siempre caía en un sueño muy profundo todas las noches. El Prefecto le enseñó la olla con sangre, y lo único que él dijo fue “Ah, con razón muy seguido me daba a comer moronga”, pero él no sabía de dónde procedía la sangre; el Prefecto le contestó “Pues ahora, muy señor mío, ya sabe de dónde procede la sangre”. La bruja salió libre, pues no había delito qué perseguir y tuvo que huir de noche con su esposo porque el pueblo de Xochimilco la quería quemar.

Prof. Sebastián Flores Farfán.
Historiador de la Delegación Xochimilco.


* Fogón, brasero.

El Señor del Veneno.


El Señor del Veneno

Esta es una de las más interesantes e impresionantes historias de la época virreinal y de aquellas viejas calles metropolitanas.
Al pasar por la Iglesia de Porta-Coeli*, cerca de la puerta, al lado izquierdo, está la impresionante escultura de un Cristo Negro, rodeado de flores y numerosos “milagros” de oro y plata. Es el Señor del Veneno, que goza de gran devoción por ser el protagonista de esta su leyenda secular:
En la segunda mitad del siglo XVII, el rector del Colegio de Porta Coeli, (una vez concluidas sus labores como director del colegio y habiendo preparado las actividades del siguiente día) tenía la piadosa costumbre de meditar durante algunos minutos a los pies de un gran Cristo Crucificado y besárselos antes de retirarse a su celda a descansar. Esta imagen había sido fabricada con pasta de caña, una técnica indígena muy antigua.
Solamente un grave impedimento podría distraer al religioso de su piadosa devoción, lo cual llamaba mucho la atención de propios y extraños, quienes admiraban al rector por su humildad y virtud.
Pero nunca faltan los envidiosos, y el rector de Porta Coeli tenía un enemigo formidable, poderoso, implacable en sus venganzas, decidido a eliminar a toda persona que pusiera trabas a sus ambiciones, que eran tan grandes como su maldad. Tal parece que a este malvado le incomodaba mucho la piadosa devoción del rector, así que comenzó a idear la manera de matarlo. Finalmente, concibió un horrible plan: se puso de acuerdo con el sacristán de Porta Coeli (otro hombre infame), e impregnó con un veneno muy activo los pies del Cristo, ordenando al sacristán avisarle inmediatamente de la muerte del rector. Y cuando éste llegó a besar devotamente los pies del Crucifijo, ocurrió algo pavoroso: el Cristo empezó a sudar y a contraer lentamente sus piernas, y poco a poco se fue volviendo negro, como si su cuerpo hubiera absorbido el veneno mortal.
El rector, asustado, lloró al ver que el rostro del Cristo tenía una expresión de inmenso dolor y que sus brazos parecían moverse, como si deseara bajarse de su Cruz para evitar que su siervo se envenenara.
El infame sacristán, al ver el milagro, se arrepintió de su cobarde acto, confesó lo que había hecho y suplicó perdón.
Se dice que, ante el portentoso milagro, el perverso hombre que quiso matar al rector se arrepintió de su maldad, confesó su ruin acción y rogó perdón, y a partir de entonces cambió de vida.
La noticia se divulgó por todo México, y la gente comenzó a llamar a la imagen como “El Cristo del Veneno” o “El Señor del Veneno”, nombre con el cual se le conoce hasta la fecha.

La devoción al Señor del Veneno fue grande durante la época virreinal y la primera mitad del siglo XIX; pero el Colegio de Porta Coeli fue expropiado por las Leyes de la Reforma durante la segunda mitad del siglo XIX, y en 1935 el templo de Porta Coeli fue transformado en archivero del gobierno.
Cuando esto sucedió, la imagen del Cristo del Veneno fue retirada del templo. Después de haber rodado mucho tiempo con el peligro de perderse, la imagen del Señor del Veneno fue llevada a la Catedral Metropolitana y puesta en una capilla digna del Señor.
El Templo de Porta Coeli fue abierto nuevamente al culto religioso en la década de 1950. Años después, se le pidió a un artista mexicano, el señor Enrique Díez (gran devoto del Señor del Veneno) que esculpiera en una madera más preciosa y más resistente, una copia rigurosamente conforme al original Señor del Veneno, siendo ésta la que actualmente se venera en Porta Coeli.





* En el Centro de la Ciudad de México, en la calle de Venustiano Carranza y a un costado de la Suprema Corte de Justicia de La Nación, se encuentra la Iglesia de Porta Coeli (que en latín quiere decir “Puerta del Cielo”).

El Cantarito del Amor. Leyenda maya.


EL CANTARITO DEL AMOR
Leyenda maya


Conserva Yucatán una de sus leyendas más delicadas, que suele oírse en labios de las mujeres y que se conoce gracias a la tradición oral de la raza maya. Héla aquí:
Cuando una muchacha está enamorada de algún varón y no puede hacérselo saber por razones de natural pudor o de convencionalismos sociales, tiene un modo infalible y decoroso para comunicárselo al galán que la apasiona, valiéndose del agua que, como se sabe, estaba divinizada entre los primitivos habitantes del Mayab. Basta para eso con que la doncella se acerque al pozo cuando entra en él el sol que cae a plomo en el agua, iluminándola, y haciendo bajar el cantarito atado de la soga, que la pone en comunicación con el líquido, diga al agua con fe, como si entonara una oración: “Agüita, agua sagrada de Yucatán: di a Fulano, tú que te comunicas con él bajo la tierra, tú que ves su rostro cuando se asoma al pozo, que yo le amo, y que no tengo manera de comunicárselo, que sufro por eso y que quisiera que él se enterase y me correspondiera”.
Al día siguiente, al ir a sacar agua de su pozo el hombre por quien suspira la mujer, el agua le comunica el amoroso anhelo temblando en torno del cantarito y de la cuerda que él tiene en las manos, y no pasan muchos días sin que la doncella se encuentre con el muchacho y él se fije en ella, diciéndole alguna cosa y continuando buscándola para hablar de amor, realizándose el prodigio.
Pero si el galán o la doncella han hablado mal del agua alguna vez y la tienen ofendida, entonces el intento de comunicación es vano, y el agua no recibe el mensaje del cantarito que baja ni lo transmite en el otro pozo al cantarito que sube en manos del hombre deseado, que puede hasta beber del agua inútilmente, porque el agua está “sentida” y se resiste a servir a los réprobos.
El agua está personalizada en la antigua religión de los mayas. Se la denominaba “La Señora Escondida”, porque una madre que se oponía a las relaciones amorosas de su hija, la escondió en la tierra. La leyenda del cantarito tiene relación con esa creencia legendaria y con los manantiales de los pozos y cenotes, que en Yucatán abundan por existir una red de veneros comunicados bajo la Península, veneros que, en este cuento hacen funciones de telégrafos del amor.

Mitos y Leyendas Mexicanas
Ed. El Libro Español. México, 1963.

La Leyenda de Yuramek y Nakawe, Padres del Pueblo Wirrarika o Huichol.


La Leyenda de Yuramek y Nakawe,
Padres del Pueblo Wirrarika o Huichol.


C
uentan los más ancianos wirrarika que, en tiempos muy lejanos, un hombre huichol llamado Yuramek se puso a trabajar la tierra, derribando árboles para preparar el campo de siembra; pasaba grandes trabajos y fatigas Yuramek, porque el sol de mediodía le quemaba la espalda y los brazos, y el ardor era insoportable a causa de los rayos inclementes.
Un atardecer, después de varios días de arduo trabajo, el campo estuvo listo sin ningún árbol que le impidiera iniciar la siembra; Yuramek se dirigió a su casa, contento de haber terminado la labor y deseando descansar un poco. Al otro día, cuando brillaron los primeros rayos del sol, el huichol se dirigió al campo; pero su sorpresa fue enorme cuando descubrió que el terreno que había desmalezado el día anterior se encontraba nuevamente tupido. Desconcertado, Yuramek se puso a limpiar nuevamente su campo.
Pero cinco días se repitió el mismo suceso: Yuramek derribaba los árboles y retiraba la maleza, y al día siguiente estaba de nuevo tupido el terreno. Al quinto día, Yuramek decidió montar guardia para descubrir qué sucedía en ese lugar, que al parecer estaba encantado. Después de muchas horas vigilando la tierra, el sueño y el cansancio estaban por vencer al huichol, cuando de pronto se apareció una viejecita con un bastón en la mano: era la anciana Nakawe, la Señora de la Tierra, la que hace brotar la vegetación. Yuramek no la conoció, y ella, levantando su bastón, apuntó al norte, al sur, al poniente y al oriente, arriba y abajo, e inmediatamente todos los árboles que el Yuramek había cortado aparecieron de nuevo. Entonces, Yuramek comprendió todo lo que había sucedido en su tierra, y muy enojado se dirigió a la anciana Nakawe:
— ¿Eres tú la que ha estado deshaciendo lo que hago? —reclamó furioso Yuramek.
— Sí, porque estás trabajando en vano — contestó Nakawe —. Va a caer una lluvia muy fuerte antes de cinco días, vendrá un viento que olerá a chile y te causará tos. Haz con el tronco de un árbol fuerte y rígido una caja de tu tamaño; ponle una buena tapa para encerrarte dentro; guarda contigo cinco granos de maíz de cada color y cinco semillas de frijol, también de cada color; además, toma lumbre y cinco sarmientos de calabaza para alimentar el fuego; y lleva contigo una perra prieta.
Yuramek se asustó por la inminente llegada del diluvio, por lo que siguió las instrucciones de la anciana. A los cinco días tuvo lista la caja de madera y metió en ella todas las cosas que Nakawe le había dicho. Se encerró con la perra negra y Nakawe puso la tapa sobre la caja, cubriendo todas las aberturas con resina de ocote. Después, Nakawe se puso una guacamaya en el hombro y se sentó encima de la caja. Momentos después, cayó sobre la tierra una lluvia tan intensa que todo se inundó: el agua cubrió la tierra sin que pudieran verse siquiera las cumbres de las montañas.
La caja donde estaba encerrado Yuramek navegó sobre el agua con dirección al sur durante un año; hacia el norte, otro año; hacia el poniente, un tercer año; y el cuarto año, la caja viajó al oriente. El quinto año, la caja fue levantada muy alto, pues el agua invadía toda la tierra. Hasta el sexto año, el agua comenzó a descender y la caja se detuvo sobre una montaña, cerca de Santa Catarina, donde puede verse todavía.
Yuramek levantó la tapa de la caja y vio que aún estaba la tierra llena de agua. Vinieron entonces las guacamayas y los loros, y abrieron barrancas con sus picos, y así las aguas empezaron a fluir y fueron separadas en cinco mares. Fue así que empezó a secarse la tierra, naciendo después los árboles y la hierba. La viejecita se esfumó en el aire y Yuramek no volvió a verla.
Tiempo después, Yuramek encontró un lugar adecuado para sembrar maíz y frijol, así que se puso a limpiar de maleza su campo. Vivía en compañía de la perra prieta en una gruta, donde la dejaba todo el día cuando él se iba a su labor.
Todas las tardes, al regresar, Yuramek encontraba tortillas calientes, frijoles cocidos con epazote y salsa de chile; el huichol tuvo curiosidad de saber quién preparaba la comida. A los cinco días, se escondió detrás de unas matas de jarilla cerca de la cueva, para espiar. Con asombro, vio que la perra se quitaba la piel y la colgaba en la rama de un árbol, quedando convertida en una mujer, quien encendía la lumbre y se ponía a moler el maíz en el metate, ponía a cocer los frijoles y preparaba la salsa de hile en el molcajete.
Yuramek se acercó despacio por detrás, cogió el cuero de la perra y lo echó a la lumbre.
— ¡Me has quemado mi ropa! — gritó ella, aullando como perro.
En seguida, Yuramek lavó la cabeza de la joven con el agua de nixtamal que ella misma había preparado; así la refrescó. Desde entonces, la perra prieta fue una mujer.
Poco tiempo después, la mujer y Yuramek tuvieron hijos que poblaron el mundo.
Cuenta la leyenda que aquella mujer que salvó al huichol de la amenaza de la lluvia no es sino la Madre Nakawe, quien convertida en aire y perra negra unió su vida a Yuramek para poblar el mundo.

lunes, 11 de abril de 2011

Invitación al Homenaje al hermano Octavio Romero Arzate.


Xiauh, Mexikah:
Como es de todos sabido, La Mexikayotl ha perdido, en el plano físico, a uno de sus más valientes y entusiastas miembros: nuestro hermano Octavio Romero Arzate, fundador y guardián del Museo Príncipe Tlaltekatzin de Azkapotzalko retornó a la naturaleza el 16 de marzo pasado.
El señor Octavio Romero Arzate es el descubridor de los restos de Tlaltekatzin, y siempre defendió la libertad de nuestro pueblo, la resistencia a la opresión y el enaltecimiento de nuestra amada Cultura. A pesar del menosprecio que siempre le mostraron las soberbias autoridades del INAH, él nunca dejó de luchar hasta fundar con sus propios recursos el Museo Príncipe Tlaltekatzin.
Invitamos cordialmente a ustedes a participar en el homenaje que se le hará el día 16 de abril a las 11:30 a.m. en la Calle de Libertad #35, col. El Recreo, en Azkapotzalko (cerca del metro Camarones, es la calle que está detrás de Samborn´s Azcapotzalco). Se iniciará con el saludo y petición de permiso a los Cuatro Rumbos, para luego dar la palabra a los oradores, y posteriormente veneraremos al Cosmos con los ágiles pasos de la Mihtotializtli.
Esperamos contar con su presencia para hermanarnos en un solo corazón.

CONVOCAN: Sandra Antonia Toledo Martínez (Xochitlanezi) miembro del Ollin Kalpultin Anauak Teizkaliliztli (Movimiento Confederado Restaurador de Anauak) y Yollohxochitl (de la Koanallan Tepeozelotl)
                      TLAZOH KAMATIK

miércoles, 23 de marzo de 2011

El velorio de nuestro hermano Octavio Romero Arzate.

La tarde del miércoles 16 de mayo de 2011 acudí a las instalaciones de los Servicios Funerarios del Gobierno del Distrito Federal ubicados detrás del Panteón San Isidro, en Azkapotzalko, para velar los restos mortales de nuestro hermano Octavio Romero Arzate. Llegué a las cinco de la tarde; en la capilla ya estaban el doctor acupunturista Alfonso Ricart Velázquez y su compañera la señora Cecilia Aguilar, quien ya encendía el sagrado sahumador para impregnar con místico aroma del kopalli el ataúd donde reposaba el hermano Octavio. Ella, Cecilia Aguilar, fue gran amiga de Octavio Romero Arzate, y siempre estuvo atento a las necesidades de nuestro hermano.
Más tarde, llegaron la señora María Guadalupe Aguilar Cervantes (Yolohxochitl) quien estuvo muy cerca de Don Octavio, ya que ella hacía trabajo cultural en el Museo Príncipe Tlaltekatzin, y fue ella quien habló con Don Octavio para que nos permitiera usar el espacio del museo para dar clases de idioma Nauatl. Yolohxochitl llegó acompañada de María Candelaria García Avilés, enfermera, quien estuvo junto a Don Octavio  todo el tiempo que duró su convalecencia y agonía, hasta su deceso; María Candelaria me refirió que hubo ocasiones, estando Don Octavio en su cama de hospital, que sintió la presencia del ihyotl (fluido vital) de Tlaltekatzin cuando éste llegaba a ver a Don Octavio.
Un poco después acudieron varios vecinos de Don Octavio para acompañarle en su velorio:
Acudió la señora Carmen Sandoval, que vive en la calle de Aspiros, fue amiga y vecina de Don Octavio y se encargó de dirigir el rezo del Rosario durante el velorio. También acudió la señora Auxilio Camargo, amiga de siempre de Don Octavio.
Otros vecinos llegaron a despedir a Don Octavio: Aurora Maquivar, Irma Sánchez, Paula Pantaleón Salvador, Elena Cruz Ramírez (comadre de Don Octavio, y quien se encargaba de darle de comer todos los días en el museo), Ricardo Avilés Rodríguez Tepeozelotzin /fundador de la Koanallan Tepeozelotl y amigo de Don Octavio). Mención especial merecen los hermanos del Grupo de Danza Prehispánica Teoilhuikatl, quienes durante veinte años llevaron gran amistad con Don Octavio, y esa misma noche ofrendaron respetuosamente la danza de Tonantzin alrededor del ataúd del hermano Octavio.
Finalmente, como a las diez de la noche, arribó una señora Leticia, que se dice entenada de Don Octavio.
Al otro día, a las nueve de la mañana, fue cremado el cuerpo de Don Octavio, y sus cenizas entregadas a su entenada.
Octavio Romero Arzate abandonó este plano físico, pero su esencia está ahora más presente que antes.
Mexikah, xiauh.

miércoles, 16 de marzo de 2011

¡Iuan ok zepa ipan Tlalli, Octavio Romero Arzate nikan ka!

Esta madrugada, a las 4:04 de la mañana, mi entrañable alumna y amiga Yolohxochitl me envió un mensaje a mi telèfono celular, en el cual me comunicaba lo que desde hace tiempo temía tanto: el incansable Octavio Romero Arzate había fallecido durante la madrugada.
¡Qué noticia más triste! Recordé a Don Octavio en sus buenos tiempos: fuerte, vigoroso, decidido, incansable. Ciertamente, su carácter siempre fue difícil, pero aquellos que tuvimos la fortuna de compartir con Don Octavio siempre lo recordaremos como una persona excepcional.
Este día, La Mexikayotl ha perdido, en el plano físico, a uno de sus más valientes y entusiastas miembros. El señor Octavio Romero Arzate es el descubridor de los restos de Tlaltekatzin, y es el fundador y director del Museo Príncipe Tlaltekatzin, sito en la calle de Libertad #35 en Azkapotzalko.
La calle Libertad... Libertad, nombre emblemático y muy apropiado para aquello que siempre defendió el señor Octavio: la libertad de nuestro pueblo, la resistencia a la opresión y el enaltecimiento de nuestra amada Cultura. A pesar del menosprecio que siempre le mostraron las soberbias autoridades del INAH, él nunca dejó de luchar hasta fundar con sus propios recursos el Museo Príncipe Tlaltekatzin.
Pero más adelante les hablaré de ello. Por ahora, en este momento parto a los velatorios del gobierno del D.F. en San Isidro, para velar los restos de Don Octavio y luego acompañarlo a su lugar de descanso final.
Octavio Romero Arzate, físicamente ya no estás aquí, ahora estás "akemanmiki". Desde donde estés, envíanos tu cariño y tu vitalidad para que sigamos luchando por reivindicar el honor de Tlaltekatzin, y para no permitir que tu legado arqueológico vaya a empolvarse en alguna oscura gaveta de las bodegas del INAH.
¡IUAN OK ZEPA IPAN TLALLI, OCTAVIO ROMERO ARZATE NIKAN KA!