miércoles, 13 de marzo de 2013

La Leyenda de Yuramek y Nakawe, Padres del Pueblo Wirrarika o Huichol.


La Leyenda de Yuramek y Nakawe,
Padres del Pueblo Wirrarika o Huichol.


C
uentan los más ancianos wirrarika que, en tiempos muy lejanos, un hombre huichol llamado Yuramek se puso a trabajar la tierra, derribando árboles para preparar el campo de siembra; pasaba grandes trabajos y fatigas Yuramek, porque el sol de mediodía le quemaba la espalda y los brazos, y el ardor era insoportable a causa de los rayos inclementes.
Un atardecer, después de varios días de arduo trabajo, el campo estuvo listo sin ningún árbol que le impidiera iniciar la siembra; Yuramek se dirigió a su casa, contento de haber terminado la labor y deseando descansar un poco. Al otro día, cuando brillaron los primeros rayos del sol, el huichol se dirigió al campo; pero su sorpresa fue enorme cuando descubrió que el terreno que había desmalezado el día anterior se encontraba nuevamente tupido. Desconcertado, Yuramek se puso a limpiar nuevamente su campo.
Pero cinco días se repitió el mismo suceso: Yuramek derribaba los árboles y retiraba la maleza, y al día siguiente estaba de nuevo tupido el terreno. Al quinto día, Yuramek decidió montar guardia para descubrir qué sucedía en ese lugar, que al parecer estaba encantado. Después de muchas horas vigilando la tierra, el sueño y el cansancio estaban por vencer al huichol, cuando de pronto se apareció una viejecita con un bastón en la mano: era la anciana Nakawe, la Señora de la Tierra, la que hace brotar la vegetación. Yuramek no la conoció, y ella, levantando su bastón, apuntó al norte, al sur, al poniente y al oriente, arriba y abajo, e inmediatamente todos los árboles que el Yuramek había cortado aparecieron de nuevo. Entonces, Yuramek comprendió todo lo que había sucedido en su tierra, y muy enojado se dirigió a la anciana Nakawe:
— ¿Eres tú la que ha estado deshaciendo lo que hago? —reclamó furioso Yuramek.
— Sí, porque estás trabajando en vano — contestó Nakawe —. Va a caer una lluvia muy fuerte antes de cinco días, vendrá un viento que olerá a chile y te causará tos. Haz con el tronco de un árbol fuerte y rígido una caja de tu tamaño; ponle una buena tapa para encerrarte dentro; guarda contigo cinco granos de maíz de cada color y cinco semillas de frijol, también de cada color; además, toma lumbre y cinco sarmientos de calabaza para alimentar el fuego; y lleva contigo una perra prieta.
Yuramek se asustó por la inminente llegada del diluvio, por lo que siguió las instrucciones de la anciana. A los cinco días tuvo lista la caja de madera y metió en ella todas las cosas que Nakawe le había dicho. Se encerró con la perra negra y Nakawe puso la tapa sobre la caja, cubriendo todas las aberturas con resina de ocote. Después, Nakawe se puso una guacamaya en el hombro y se sentó encima de la caja. Momentos después, cayó sobre la tierra una lluvia tan intensa que todo se inundó: el agua cubrió la tierra sin que pudieran verse siquiera las cumbres de las montañas.
La caja donde estaba encerrado Yuramek navegó sobre el agua con dirección al sur durante un año; hacia el norte, otro año; hacia el poniente, un tercer año; y el cuarto año, la caja viajó al oriente. El quinto año, la caja fue levantada muy alto, pues el agua invadía toda la tierra. Hasta el sexto año, el agua comenzó a descender y la caja se detuvo sobre una montaña, cerca de Santa Catarina, donde puede verse todavía.
Yuramek levantó la tapa de la caja y vio que aún estaba la tierra llena de agua. Vinieron entonces las guacamayas y los loros, y abrieron barrancas con sus picos, y así las aguas empezaron a fluir y fueron separadas en cinco mares. Fue así que empezó a secarse la tierra, naciendo después los árboles y la hierba. La viejecita se esfumó en el aire y Yuramek no volvió a verla.
Tiempo después, Yuramek encontró un lugar adecuado para sembrar maíz y frijol, así que se puso a limpiar de maleza su campo. Vivía en compañía de la perra prieta en una gruta, donde la dejaba todo el día cuando él se iba a su labor.
Todas las tardes, al regresar, Yuramek encontraba tortillas calientes, frijoles cocidos con epazote y salsa de chile; el huichol tuvo curiosidad de saber quién preparaba la comida. A los cinco días, se escondió detrás de unas matas de jarilla cerca de la cueva, para espiar. Con asombro, vio que la perra se quitaba la piel y la colgaba en la rama de un árbol, quedando convertida en una mujer, quien encendía la lumbre y se ponía a moler el maíz en el metate, ponía a cocer los frijoles y preparaba la salsa de hile en el molcajete.
Yuramek se acercó despacio por detrás, cogió el cuero de la perra y lo echó a la lumbre.
— ¡Me has quemado mi ropa! — gritó ella, aullando como perro.
En seguida, Yuramek lavó la cabeza de la joven con el agua de nixtamal que ella misma había preparado; así la refrescó. Desde entonces, la perra prieta fue una mujer.
Poco tiempo después, la mujer y Yuramek tuvieron hijos que poblaron el mundo.
Cuenta la leyenda que aquella mujer que salvó al huichol de la amenaza de la lluvia no es sino la Madre Nakawe, quien convertida en aire y perra negra unió su vida a Yuramek para poblar el mundo.

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