Padres del Pueblo Wirrarika o Huichol.
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uentan los más
ancianos wirrarika que, en tiempos muy lejanos, un hombre huichol llamado
Yuramek se puso a trabajar la tierra, derribando árboles para preparar el campo
de siembra; pasaba grandes trabajos y fatigas Yuramek, porque el sol de
mediodía le quemaba la espalda y los brazos, y el ardor era insoportable a causa
de los rayos inclementes.
Un
atardecer, después de varios días de arduo trabajo, el campo estuvo listo sin
ningún árbol que le impidiera iniciar la siembra; Yuramek se dirigió a su casa,
contento de haber terminado la labor y deseando descansar un poco. Al otro día,
cuando brillaron los primeros rayos del sol, el huichol se dirigió al campo; pero
su sorpresa fue enorme cuando descubrió que el terreno que había desmalezado el
día anterior se encontraba nuevamente tupido. Desconcertado, Yuramek se puso a
limpiar nuevamente su campo.
Pero
cinco días se repitió el mismo suceso: Yuramek derribaba los árboles y retiraba
la maleza, y al día siguiente estaba de nuevo tupido el terreno. Al quinto día,
Yuramek decidió montar guardia para descubrir qué sucedía en ese lugar, que al
parecer estaba encantado. Después de muchas horas vigilando la tierra, el sueño
y el cansancio estaban por vencer al huichol, cuando de pronto se apareció una
viejecita con un bastón en la mano: era la anciana Nakawe, la Señora de la Tierra , la que hace brotar
la vegetación. Yuramek no la conoció, y ella, levantando su bastón, apuntó al
norte, al sur, al poniente y al oriente, arriba y abajo, e inmediatamente todos
los árboles que el Yuramek había cortado aparecieron de nuevo. Entonces,
Yuramek comprendió todo lo que había sucedido en su tierra, y muy enojado se
dirigió a la anciana Nakawe:
—
¿Eres tú la que ha estado deshaciendo lo que hago? —reclamó furioso Yuramek.
—
Sí, porque estás trabajando en vano — contestó Nakawe —. Va a caer una lluvia
muy fuerte antes de cinco días, vendrá un viento que olerá a chile y te causará
tos. Haz con el tronco de un árbol fuerte y rígido una caja de tu tamaño; ponle
una buena tapa para encerrarte dentro; guarda contigo cinco granos de maíz de
cada color y cinco semillas de frijol, también de cada color; además, toma
lumbre y cinco sarmientos de calabaza para alimentar el fuego; y lleva contigo
una perra prieta.
Yuramek
se asustó por la inminente llegada del diluvio, por lo que siguió las
instrucciones de la anciana. A los cinco días tuvo lista la caja de madera y
metió en ella todas las cosas que Nakawe le había dicho. Se encerró con la
perra negra y Nakawe puso la tapa sobre la caja, cubriendo todas las aberturas
con resina de ocote. Después, Nakawe se puso una guacamaya en el hombro y se
sentó encima de la caja. Momentos después, cayó sobre la tierra una lluvia tan
intensa que todo se inundó: el agua cubrió la tierra sin que pudieran verse
siquiera las cumbres de las montañas.
La
caja donde estaba encerrado Yuramek navegó sobre el agua con dirección al sur
durante un año; hacia el norte, otro año; hacia el poniente, un tercer año; y el
cuarto año, la caja viajó al oriente. El quinto año, la caja fue levantada muy
alto, pues el agua invadía toda la tierra. Hasta el sexto año, el agua comenzó
a descender y la caja se detuvo sobre una montaña, cerca de Santa Catarina,
donde puede verse todavía.
Yuramek
levantó la tapa de la caja y vio que aún estaba la tierra llena de agua. Vinieron
entonces las guacamayas y los loros, y abrieron barrancas con sus picos, y así las
aguas empezaron a fluir y fueron separadas en cinco mares. Fue así que empezó a
secarse la tierra, naciendo después los árboles y la hierba. La viejecita se esfumó
en el aire y Yuramek no volvió a verla.
Tiempo
después, Yuramek encontró un lugar adecuado para sembrar maíz y frijol, así que
se puso a limpiar de maleza su campo. Vivía en compañía de la perra prieta en
una gruta, donde la dejaba todo el día cuando él se iba a su labor.
Todas
las tardes, al regresar, Yuramek encontraba tortillas calientes, frijoles
cocidos con epazote y salsa de chile; el huichol tuvo curiosidad de saber quién
preparaba la comida. A los cinco días, se escondió detrás de unas matas de
jarilla cerca de la cueva, para espiar. Con asombro, vio que la perra se
quitaba la piel y la colgaba en la rama de un árbol, quedando convertida en una
mujer, quien encendía la lumbre y se ponía a moler el maíz en el metate, ponía
a cocer los frijoles y preparaba la salsa de hile en el molcajete.
Yuramek
se acercó despacio por detrás, cogió el cuero de la perra y lo echó a la
lumbre.
—
¡Me has quemado mi ropa! — gritó ella, aullando como perro.
En
seguida, Yuramek lavó la cabeza de la joven con el agua de nixtamal que ella
misma había preparado; así la refrescó. Desde entonces, la perra prieta fue una
mujer.
Poco
tiempo después, la mujer y Yuramek tuvieron hijos que poblaron el mundo.
Cuenta
la leyenda que aquella mujer que salvó al huichol de la amenaza de la lluvia no
es sino la Madre Nakawe ,
quien convertida en aire y perra negra unió su vida a Yuramek para poblar el
mundo.
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